Un acontecimiento:
En 1846, la Virgen apareció a dos niños en los Alpes franceses cerca de la aldea de La Salette. Ella habló palabras de consolación, invitando a hombres y mujeres a la oración y conversión, para experimentar la gracia de la muerte y resurrección de su Hijo. Ella vino para ofrecer la invitación amorosa de Dios y su misericordia.
Un mensaje:
El mensaje de María fue dado con lágrimas, dentro de una luz más brillante que el sol. "Acérquense hijo míos, no tengan miedo. Estoy aquí para darles una gran noticia." María les explicó la necesidad que todo su pueblo tiene de rezar más, de santificar el día del Señor, de no jurar, de no usar el nombre de Dios. Ella llamó al pueblo a observar fielmente la Cuaresma. Ella habló proféticamente del hambre y de una plaga que afectaría a los niños. Al final les dio a los niños una misión: "Bueno, hijos míos, lo harán conocer a todo mi pueblo."
Un servicio:
Hoy, los Misioneros de La Salette aun acogen a los peregrinos que llegan al sitio de la aparición. En otras partes del mundo, los sacerdotes y hermanos de la congregación hacen conocer el mensaje de Nuestra Señora de La Salette por medio de los servicios de reconciliación en parroquias, santuarios, misiones populares, retiros y en la pastoral social.
Nuestra Historia
La congregación de los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette es una de las pocas congregaciones de la Iglesia que lleva el nombre de una aparición mariana a la cual se debe tanto su origen como su meta. La congregación es un testimonio elocuente de la milagrosa aparición y permanece como garantía de la realidad y eficacia de ella. Un obispo de Bélgica comentó hace unos años a un sacerdote de La Salette: "Para mí, la prueba más grande de la aparición es tu congregación".
Pero aunque el instituto deriva del origen de esa visita celestial, no surgió tan de repente como la fuente de agua. Tampoco la Virgen habló explícitamente de la congregación; más bien, ella había venido principalmente y expresamente para el beneficio de todo su pueblo, a quien dirigió ciertos reproches amargos y para quien ella dio la instrucción final: "Bueno hijos míos, lo harán conocer a todo mi pueblo". Pero ¿Cómo podían responder dos niños ignorantes?, ¿Cómo podían dar a su mensaje grave y urgente, toda la publicidad y difusión que merecía? Claramente hacían falta otras personas para afirmar y defender la fidelidad heroica de los niños a su misión. Hacían falta apóstoles más capaces y numerosos para anunciar este acontecimiento luminoso y difundir las enseñanzas que brotaron de el. La Santísima Virgen entonces, previendo en la distancia un ejército futuro de sus propios misioneros, dirigió sus últimas palabras a las montañas mismas. Mirando más allá de los dos testigos, repitió una segunda vez: "Bueno hijos míos, lo harán conocer a todo mi pueblo".
En mayo de 1852 Monseñor Bruillard anunció que iba a comenzar la construcción de un nuevo santuario. También dio a conocer que había establecido un grupo de misioneros que iban a estar encargados muy especialmente del ministerio conectado con este nuevo santuario. Dijo:
"Por más importante que sea la construcción de un santuario, hay algo todavía más importante: Es decir, los misioneros de la santa religión designados a cuidar este santuario, a recibir a los peregrinos piadosos y predicarles la palabra de Dios. Estos sacerdotes se llamarán Misioneros de Nuestra Señora de La Salette. Su institución y existencia será como el santuario mismo, un monumento eterno, un recuerdo perpetuo de la aparición misericordiosa de María".
El obispo que tenía en ese entonces ochenta y seis años de edad, concluyó con gran emoción:
"Este cuerpo de misioneros es el sello que deseamos poner sobre todas las obras que por gracia de Dios ha sido nuestro privilegio establecer. Es la última página de nuestro testamento, es lo que dejamos como herencia a nuestra querida diócesis. Queremos vivir de nuevo en medio de ustedes, queridos hermanos, a través de estos santos varones".
En 1858 los primeros seis misioneros se consagraron a Dios tomando los primeros votos como religiosos. La ceremonia se llevó acabo en la casa episcopal de Grenoble, el 2 de febrero, a cargo de monseñor Ginouhiac. La fecha fue escrita en letras de oro en la primera página del registro de profesiones Salettenses.
La Profecía de San Juan María Vianney

Los primeros integrantes de este pequeño grupo provenían de clero diocesano, pero era necesario buscar otra fuente de vocaciones. ¡Hubo mucho trabajo para estos misioneros! Como solución, se abrió un seminario Salettense en 1876. Allí se prepararon jóvenes para la vida sacerdotal en la nueva congregación. El número de seminaristas creció rápidamente, así dando cumplimiento a la profecía del santo de Ars, San Juan Vianney. Era el padre Archier que había recibido aquella profecía. El padre Archier les contaba a los seminaristas:
"En octubre de 1856 o 1857, volviendo de un retiro, tuve la oportunidad de pasar cerca de la ciudad de Ars y quise ver al santo sacerdote de quien todo el mundo hablaba. Me recibió en la sacristía con una amabilidad incomparable y sin conocerme (porque creo que nadie sabía de mi llegada), inmediatamente me dijo: ' Tu eres un misionero de La Salette'. La Salette ya está haciendo mucho bien, pero va hacer mucho más todavía y más tarde hará aún más. La Santísima virgen te dará una obra grande y hermosa para comenzar, la trabajarás siempre con mucho valor, va a crecer y un día tus sucesores van a tener miembros en todos los países del mundo".
"Al principio", dijo el Padre Archier, "yo pensé que él hablaba de nuestra comunidad de sacerdotes misioneros, pero más tarde no podía explicarme la referencia a un trabajo a comenzar. Fue solamente más tarde, mis queridos seminaristas, que entendí que el santo de Ars, quiso decirme que la Santísima Virgen estaba ya pensando en ustedes."
Por veinticuatro años esta congregación quedó como una congregación diocesana bajo la autoridad del obispo de Grenoble observando reglas provisionales. Sin embargo en 1876, las amplias actividades de la congregación fueron reconocidas por la Santa Sede. Entonces la comunidad pasó de la autoridad del obispo local a la autoridad del Papa, con constituciones más elaboradas. En 1926 el Papa Pio XI dió aprobación definitiva a las Constituciones de los Misioneros de La Salette.
Persecución y Exilio
La congregación ya tenía un crecimiento maduro en 1900, cuando una de las tantas persecuciones religiosas estalló en Francia, y amenazó completamente el crecimiento de la congregación y su expansión futura. Eran años difíciles, pero también de desarrollo.
Cuando las fuerzas anticlericales se lanzaron contra toda orden religiosa en Francia, los Misioneros de La Salette no tuvieron otra alternativa que salir de su querido país o sufrir una dispersión completa y morir en poco tiempo. Los superiores de La Salette y sus miembros salieron para tierras ajenas pero más hospitalarias: Bélgica, Suiza e Italia. Después de esta interrupción ocasionada por la represión francesa la congregación volvió a su desarrollo vigoroso y en 1913 ya había 21 casas en diferentes partes del mundo.
El número de vocaciones crecía constantemente en Estados Unidos, Bélgica y Polonia. El futuro ya había sido asegurado gracias a la providencia de Nuestra Señora. Algo bueno había salido de una situación mala: Muchas congregaciones religiosas que fueron obligadas a salir de Francia y ubicarse en otros países extranjeros, indirectamente, deben su crecimiento espiritual y su prosperidad a esa persecución. Así fue con los misioneros de La Salette, a fin del siglo XIX solo tenían unos cincuenta miembros y se limitaban solamente a servir en el sur de Francia. Hoy su número es de casi más de mil miembros que están repartidos por la faz de la tierra: Desde Polonia a Madagascar, desde Estados Unidos a Filipinas y desde Lituania hasta Argentina.
Nuestra historia en Argentina
